A continuación los puntos que se trabajarán para presentar como avances de trabajo final.
1. Principales similitudes y diferencias de los objetos de estudio
2. Relacion causal entre el programa (servicio, función) y el problema o necesidad a que obedece.
3. A qué preguntas se va a contestar con el trabajo (al menos tres)
4. Del marco conceptual: se entiende lo mismo con conceptos o palabras similares en los objetos de estudio.
5. Contexto político en que se enmarca el objeto de estudio en la actualidad
6. Razones a que obedece la existencia de los objetos de estudio.

lunes, 13 de mayo de 2013
sábado, 11 de mayo de 2013
Material de lectura para la clase del lunes 13 de mayo
Ramió Matas, Carles, Instituciones y nueva gestión pública en
América Latina, Barcelona, Fundación Cidob, 2005, pp. 21-38 y 93-119.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8cE5GS1J6M0hPUlE/edit?usp=sharing
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8cE5GS1J6M0hPUlE/edit?usp=sharing
martes, 7 de mayo de 2013
Material de trabajo para el jueves 9 de mayo
Hintze, Susana, “Gobiernos y políticas: transformaciones en Argentina y América Latina en la primera década del siglo XXI”, Rev. Ciencias Sociales 135-136, No. Especial: 35-44 / 2012 (I-II)
http://revistacienciassociales.ucr.ac.cr/wp-content/revistas/135-136/02-HINTZE.pdf
Jalife-Rahme, Alfredo, "La CIA detrás de las catastróficas privatizaciones de Rusia", Bajo la lupa, La Jornada, 5 de mayo de 2013,
http://www.jornada.unam.mx/2013/05/05/opinion/018o1pol
Heady, Ferrel, Administración pública. Una perspectiva comparada, México, Fondo de Cultura Económica, 2000 (1966), pp. 8-11.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8Y1lMMVJhVkxOV1E/edit?usp=sharing
http://revistacienciassociales.ucr.ac.cr/wp-content/revistas/135-136/02-HINTZE.pdf
Jalife-Rahme, Alfredo, "La CIA detrás de las catastróficas privatizaciones de Rusia", Bajo la lupa, La Jornada, 5 de mayo de 2013,
http://www.jornada.unam.mx/2013/05/05/opinion/018o1pol
Heady, Ferrel, Administración pública. Una perspectiva comparada, México, Fondo de Cultura Económica, 2000 (1966), pp. 8-11.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8Y1lMMVJhVkxOV1E/edit?usp=sharing
sábado, 4 de mayo de 2013
Material de lectura para el lunes 6 de mayo
Ardila
Acuña, Federico, «La reforma
de la administración pública: entre los paradigmas externos y las realidades
nacionales», VIII
Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública , Panamá,
28-31 Oct., 2003.
http://unpan1.un.org/intradoc/groups/public/documents/CLAD/clad0047120.pdf
http://unpan1.un.org/intradoc/groups/public/documents/CLAD/clad0047120.pdf
domingo, 28 de abril de 2013
Material de trabajo para el lunes 29 de abril.
Ver los siguientes video para comentar:
Los desafíos de Correa (Ecuador), 9 minutos, http://www.youtube.com/watch?v=UXXVt8xgZ80&feature=related
Los desafíos de Correa (Ecuador), 9 minutos, http://www.youtube.com/watch?v=UXXVt8xgZ80&feature=related
Ecuador, es uno de los países latinoamericanos que reencauzó su Política Económica
Administración Pública y Autonomías en Bolivia
https://www.youtube.com/watch?v=SDHsFoQTuCI Lectura: Balza Guanipa, Ronald, “¿Nueva Administración Pública en Venezuela?, A ocho años de la reforma prometida en 1999”, Revista sobre Relaciones Industriales y Laborales / N° 43 / 2007, pp. 9-26.
Desarrollar al menos cuatro conceptos centrales
para el desarrollo del trabajo
Formular el objetivo del trabajo y argumentar para que será útil el trabajo comparativo
que se desarrollará.
martes, 23 de abril de 2013
Material de lectura para el jueves 25 de abril
Diego Barría Traverso, “¿A reformar una administración pública colonial?”, Agenda Pública, año VII, N° 12, Diciembre 2008-Enero 2009, pp. 6-13, http://www.agendapublica.uchile.cl/n12/4%20Barria.pdf
Olavarría Gambi, “Mauricio, Efectividad en la gestión pública chilena”,Convergencia, Revista de Ciencias Sociales, núm, 52, 2010, Universidad Autónoma del Estado de México, enero-abril 2010, pp. 11-36. http://convergencia.uaemex.mx/rev52/pdf/1-MauOlivarria.pdf
Sobre su trabajo de gestión comparada:
Elaborar una lista de los puntos más importantes que se van a comparar de los países objeto de estudio (de sus servicios, procesos de gestión).
viernes, 19 de abril de 2013
Material de trabajo para la clase del lunes 22 de abril
Antezana Urquieta, Fernando (Coord.), Gestión Pública Intercultural, Viceministerio de Descentralización, Dirección Nacional de Políticas Comunitarias, Bolivia, Editorial Quatro Hermanos, 2008, pp. 19-48 y 70-82.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8T2JhQ2JrRVJNeTg/edit?usp=sharing
Respecto a su tema de investigación hay que realizar lo siguiente:
Formular la pregunta de investigación más importante y explicarla
Marco conceptual: mencionar al menos cuatro conceptos centrales para el desarrollo del trabajo
Señalar qué metodología (tentativa), se seguirá o utilizará.
Criterios generales a tomar en cuenta en los dos países
Nivel de análisis, a qué nivel, macro, micro.
Mencionar cuáles serán las principales fuentes de información
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8T2JhQ2JrRVJNeTg/edit?usp=sharing
Respecto a su tema de investigación hay que realizar lo siguiente:
Formular la pregunta de investigación más importante y explicarla
Marco conceptual: mencionar al menos cuatro conceptos centrales para el desarrollo del trabajo
Señalar qué metodología (tentativa), se seguirá o utilizará.
Criterios generales a tomar en cuenta en los dos países
Nivel de análisis, a qué nivel, macro, micro.
Mencionar cuáles serán las principales fuentes de información
martes, 16 de abril de 2013
Material de lectura para el jueves 18 de abril
López, Andrea y Felder, Ruth, El Estado regulador: capacidades estatales y las políticas de servicios públicos de los 90, Instituto Nacional de la Administración Pública, Subsecretaría de Gestión y Empleo, Secretaría de la Gestión Pública, 2009, pp. 17-88. http://www.sgp.gov.ar/contenidos/inap/investigacion/docs/El_Estado_regulador.pdf
Nota. No olviden llevar el tema preliminar o la idea de su objeto de estudio para el trabajo final.
Nota. No olviden llevar el tema preliminar o la idea de su objeto de estudio para el trabajo final.
domingo, 14 de abril de 2013
Material de lectura para el lunes 15 de abril
Karol, Jorge L., «Tarifas sociales en servicios públicos
privatizados: una discusión sobre ciudadanía urbana y financiamiento de los
costos de inclusión social en Argentina», VII Congreso Internacional del CLAD
sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal,
8-11 Oct., 2002. https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8cmpVVTJPUTQzYVU/edit?usp=sharing
Arango Viana, María del Pilar, “La calidad en la administración pública colombiana”, Revista Centroamericana de Administración Pública (54-55): 203-208, 2008, http://biblioteca.icap.ac.cr/rcap/54_55/maria_pilar_arango.pdf
martes, 9 de abril de 2013
Material de lectura para la clase del jueves 11 de abril
Ospina, Sonia y Ochoa, Doris, “El sistema nacional de evaluación de resultados de la gestión pública (SINERGIA) en Colombia”, Cunill, Nuria y Ospina, Sonia, (Eds.), Evaluación de resultados para una gestión pública moderna y democrática. Experiencias latinoamericanas, Venezuela, CLAD, 2003, pp. 11-39 y 435-460.
Arellano, David (Coord.), Más allá de la reinvención del gobierno, México, Miguel Ángel Porrúa, 2004, pp. 568-580.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8SGlDcGtEa09scFk/edit?usp=sharing
Arellano, David (Coord.), Más allá de la reinvención del gobierno, México, Miguel Ángel Porrúa, 2004, pp. 568-580.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8SGlDcGtEa09scFk/edit?usp=sharing
martes, 2 de abril de 2013
Material de trabajo para el jueves 4 de abril.
Vicher Diana, De la reforma administrativa a la reforma
neogerencial en Hispanoamérica, México, IAPEM, capítulo 8, 2009, pp.
211-230, 233-255. https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8dG03Wk9HOWFtbk0/edit?usp=sharing
La tarea de investigación:
Qué dependencia u organismo realiza la misma función que realiza la secretaría o ministerio que cada uno eligió; cuál es su estructura, datos de tamaño y personal.
miércoles, 27 de marzo de 2013
Material de lectura para el lunes 1 de abril
Vicher Diana, De la reforma administrativa a la reforma
neogerencial en Hispanoamérica, México, IAPEM, capítulo 8, 2009.
Argentina: desde la página 169 (último párrafo) a la p. 173.
Chile: desde la p. 173- 182
Bolivia, Colombia, Nicaragua: 185-208
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8dG03Wk9HOWFtbk0/edit?usp=sharing
Argentina: desde la página 169 (último párrafo) a la p. 173.
Chile: desde la p. 173- 182
Bolivia, Colombia, Nicaragua: 185-208
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8dG03Wk9HOWFtbk0/edit?usp=sharing
viernes, 8 de marzo de 2013
Material de lectura para el lunes 11 de marzo
Fisztbein, Ariel (Ed.), La experiencia de América Latina con la reforma
de la prestación de servicios, Washington, Banco Mundial, 2005, pp. 17-50.
martes, 5 de marzo de 2013
Material de lectura para el jueves 7 de marzo
Centro Latinoamericano de Administración
para el Desarrollo, «Una nueva gestión pública para América Latina», Venezuela,
CLAD, 1998, pp. 7-20.
Cunill, Nuria, El mercado en el Estado,
copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad No 221, mayo-junio de
2009, ISSN: 0251-3552, www.nuso.org, pp.
34-43.
https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8b3NoUGhFQ3FRVTA/edit?usp=sharing
sábado, 2 de marzo de 2013
Material de lectura para el lunes 4 de marzo
Losada Carlos, “De burócratas a gerentes?:
las ciencias de la gestión aplicadas a la administración del Estado”,
Inter-American Development Bank, pp. 1-5, 15-45, http://books.google.com.mx/books?hl=es&lr=&id=HtCP82EQsE4C&oi=fnd&pg=PA15&dq=gesti%C3%B3n+p%C3%BAblica&ots=NyiMuSswHQ&sig=qrKRgqCmAam58HRlrOO6RenUeuI#v=onepage&q=gesti%C3%B3n%20p%C3%BAblica&f=false
lunes, 25 de febrero de 2013
Material de lectura para el jueves 28 de febrero
Kaplan, Marcos, El Estado Latinoamericano, Universidad
Nacional Autónoma de México, México, 1996, pp. 217-228,
286-291.
Guerrero Omar, “Nuevos Modelos de Gestión Pública”, Revista Digital Universitaria, 30 de septiembre del 2001 Vol.2 No.3. http://www.revista.unam.mx/vol.2/num3/art3/
Guerrero Omar, “Nuevos Modelos de Gestión Pública”, Revista Digital Universitaria, 30 de septiembre del 2001 Vol.2 No.3. http://www.revista.unam.mx/vol.2/num3/art3/
sábado, 23 de febrero de 2013
Material de lectura para el lunes 25 de febrero
Kaplan,
Marcos, El Estado Latinoamericano, Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 1996, pp. 167-182. https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8VXFZSGdXMkVSVEU/edit?usp=sharing
La tarea de investigación es, como lo acordamos, buscar en un país de América Latina, qué dependencia u organismo realiza la misma función que realiza la secretaría o ministerio que expusieron en clase el pasado jueves.
La tarea de investigación es, como lo acordamos, buscar en un país de América Latina, qué dependencia u organismo realiza la misma función que realiza la secretaría o ministerio que expusieron en clase el pasado jueves.
lunes, 18 de febrero de 2013
Material de lectura para el jueves 21 de febrero
Duverger, Maurice. (1992). Instituciones Políticas y Derecho
Constitucional. 2a. reimpresión, Barcelona: Ed. Ariel. Pp. 581-594. https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8cW9HWUhyVnY4TWc/edit?usp=sharing
Valadés, Diego. (2005). El
gobierno de gabinete, México: IIJ, UNAM, pp. 27-40, http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/4/1552/4.pdf
Kaplan, Marcos, El Estado Latinoamericano,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1996, pp. 107-115. https://docs.google.com/file/d/0BzwbMYftm7u8VXFZSGdXMkVSVEU/edit?usp=sharingRecuerden hacer su investigación sobre la estructura de una secretaría o ministerio.
domingo, 17 de febrero de 2013
Lectura para el lunes 18
Huntington, Samuel, Political order in changing societies, New
Haven and London, Yale University Press, 1968, pp. 1-12.
1. Political Order and
Political Decay
THE POLITICAL GAP
The most important
political distinction among countries concerns not their form of government but
their degree of government. The differences between democracy and dictatorship
are less than the differences between those countries whose politics embodies consensus,
community, legitimacy, organization, effectiveness, stability, and those
countries whose politics is deficient in these qualities. Communist
totalitarian states and Western liberal states both belong generally in the
category of effective rather than debile political systems. The United States,
Great Britain, and the Soviet Union have different forms of government, but in
all three systems the government governs. Each country is a political community
with an overwhelming consensus among the people on the legitimacy of the
political system. Each country the citizens and their leaders share a vision of
the public interest of the society and of the traditions and principles upon
which the political community is based. All three countries have strong,
adaptable, coherent political institutions: effective bureaucracies,
well-organized political parties, a high degree of popular participation in
public affairs, working systems of civilian control over the military,
extensive activity by the government in the economy, and reasonably effective
procedures for regulating succession and controlling political conflict. These
governments command the loyalties of their citizens and thus have the capacity
to tax resources, to conscript manpower, and to innovate and to execute policy.
If the Politburo, the Cabinet, or the President makes a decision, the
probability is high that it will be implemented through the government
machinery.
In all these
characteristics the political systems in the United States, Great Britain, and
the Soviet Union differ significantly from governments which exist in many, if
not most, of the modernizing countries of Asia, Africa, and Latin America.
These countries lack many things. They suffer real shortages of food, literacy,
education, wealth, income, health, and productivity, but most of them have
recognized and efforts made to do something about them. Beyond and behind these
shortages, however, there is a greater shortage: a shortage of political
community and of effective, authoritative, legitimate government. “I do
know”,Walter Lippmann has observed, “that there is no greater necessity for men
who live in communities than that they be governed, self-governed is possible,
well governed if they are fortunate, but in any event, governed”.<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->Mr. Lippmann wrote these words in a moment of despair about the United
States. But they apply in far greater measure to the modernizing countries of
Asia, Africa, and Latin America, where the political community is fragmented
against itself and where political institutions have little power, less
majesty, and no resiliency- where, in many cases, governments simply do not
govern.
In the mid-1950s, Gunnar
Myrdal called the world’s attentions to the apparent fact that the rich nations
of the world were getting richer, absolutely and relatively, at a faster rate
than the poorer nations. “On the whole”, he argued, “in recent decades the
economic inequalities between developed and underdeveloped countries have been
increasing”. In 1966 the president of the World Bank similarly pointed out that
at current rates of growth the gap in per capita national income between the
United States and forty underdeveloped countries would increase fifty per cent
by the year 2000.<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->Clearly, a central issue, perhaps the central issue, in international
and developmental economics is the apparently remorseless tendency for this
economic gap to broaden. A similar and equally urgent problem exists in
politics. In politics as in economics the gap between developed political
systems and underdeveloped political systems, between civic polities and
corrupt polities, has broadened. This political gap resembles and is related to
the economic gap, but it is not identical with it. Countries with
underdeveloped economies may have highly developed political systems, and
countries which have achieved high levels of economic welfare may still have
disorganized and chaotic politics. Yet in the twentieth century the principal
locus of political underdevelopment, like that of economic underdevelopment,
tend to be the modernizing countries of Asia, Africa, and Latin America.
With few notable
exceptions, the political evolution of these countries after World War II was
characterized by increasing ethnic class conflict, recurring rioting and mob
violence, frequent military coups d’etat, the dominance of unstable
personalistic leaders who often pursued disastrous economic and social
policies, widespread and blatant corruption among cabinet ministers and civil
servants, arbitrary infringement of the rights and liberties of citizens,
declining standards of bureaucratic efficiency and performance, the pervasive
alienation of urban groups, the loss of authority by legislatures and courts,
and the fragmentation and at times complete disintegration of broadly based
political parties. In the two decades after World War II, successful coups
d’etat occurred in 17 of 20 Latin American countries (only Mexico, Chile, and
Uruguay maintaining constitutional processes), in a half-dozen North African
and Middle Eastern states (Algeria, Egypt, Syria, the Sudan, Iraq, Turkey), in
a like number of west African and central African countries (Ghana, Nigeria,
Dahomey, Upper Volta, Central African Republic, Congo), and in a variety of
Asian societies (Pakistan, Thailand, Laos, South Vietnam, Burma, Indonesia,
South Korea). Revolutionary violence, insurrection, and guerrilla warfare
wracked Cuba, Bolivia, Peru, Venezuela, Colombia, Guatemala, and the Dominican
Republic in Latin America, Algeria and Yemen in the Middle East, and Indonesia,
Thailand, Vietnam, china, the Philippines, Malaya, and Laos in Asia. Racial,
tribal, or communal violence or tension disrupted Guyana, Morocco, Iraq,
Nigeria, Uganda, the Congo, Burundi, the Sudan, Ruanda, Cyprus, India, Ceylon,
Burma, Laos, and South Vietnam. In Latin America, old-style, oligarchic
dictatorships in countries like Haiti, Paraguay, and Nicaragua maintained a
fragile police-based rule. In the eastern hemisphere, traditional regimes in
Iran, Libya, Arabia, Ethiopia, and Thailand struggled to reform themselves even
as the teetered on the brink of revolutionary overthrow.
During the 1950s and 1960s
the numerical incidence of political violence and disorder increased
dramatically in most countries of the world. The year 1958, according to one
calculation, witnessed some 28 prolonged guerrilla insurgencies, four military
uprisings, and two conventional wars. Seven years later, in 1965, 42 prolonged
insurgencies were underway; ten military revolts occurred; and five
conventional conflicts were being fought. Political instability also increased
significantly during the 1950s and 1960s. Violence and other destabilizing
events were five times more frequent between 1955 and 1962 than they were
between 1948 and 1954. Sixty-four of 84 countries were less stable in the
latter period than in the earlier one. Throughout Asia, Africa, and Latin
America there was a decline in political order, an undermining of the authority,
effectiveness, and legitimacy of government. There was a lack of civic morale
and public spirit and of political institutions capable of giving meaning and
direction to the public interest. Not political development but political decay
dominated the scene.
What was responsible for
this violence and instability? The primary thesis of this book is that it was
in large part the product of rapid social change and the rapid mobilization of
new groups into politics could with the slow development of political
institutions. “Among the laws that rule human societies”, de Tocqueville
observed, “there is one which seems to be more precise and clear than all
others. If men are to remain civilized or to become so, the art of associating
together must grow and improve in the same ratio in which the equality of
conditions is increased”. The political instability in Asia, Africa, and Latin
America derives precisely form the failure to meet this condition: equality of
political participation is growing much more rapidly than “the art of
associating together”. Social and economic change –urbanization, increases in
literacy and education, industrialization, mass media expansion- extend
political consciousness, multiply political demands, broaden political
participation. These changes undermine traditional sources of political
authority and traditional political institutions; they enormously complicate
the problems of creating new bases of political association and new political
institutions combining legitimacy and effectiveness. The rates of social
mobilization and the expansion of political participation are high; the rates
of political organization and institutionalization are low. The result is
political instability and disorder. The primary problem of politics is the lag
in the development of political institutions behind social and economic change.
For two decades after World
War II American foreign policy failed to come to grips with this problem. The
economic gap, in contrast to the political gap, was the target of sustained
attention, analysis, and action. Aid programs, the World Bank and regional
banks, the UN and the OECD, consortia and combines, planners and politicians,
all shared in a massive effort to do something about the problem of economic
development. Who, however, was concerned with the political gap? American
officials recognized that the United States had a primary interest in the
creation of viable political regimes in modernizing countries. But few, if any,
of all the activities of the American government affecting those countries were
directly concerned with the promotion of political stability and the reduction
of the political gap. How can this astonishing lacuna be explained?
It would appear to be the
rooted in two distinct aspects of the American historical experience. In
confronting the modernizing countries the United States has handicapped by its
happy history. In its development the United States was blessed with more than
its fair share of economic plenty, social well-being, and political stability.
This pleasant conjuncture of blessing led Americans to believe in the unity of
goodness: to assume that all good things go together and that the achievement
of one desirable social goal aids in the achievement of others. In American
policy toward modernizing countries this experience was reflected in the belief
that political stability would be natural and inevitable result of the
achievement of, first, economic development and then of social reform.
Throughout the 1950s the prevailing assumption of American policy was the
economic development –the elimination of poverty, disease, illiteracy–was
necessary for political development and political stability. In American
thinking the causal chain was: economic assistance promotes economic
development, economic development promotes political stability. This dogma was
enshrined in legislation and, perhaps more important, it was ingrained in the
thinking of officials in AID and other agencies concerned the foreign
assistance programs.
If political decay and political
instability were more rampant in Asia, Africa, and Latin America in 1965 than
they were fifteen years earlier, it was in part because American policy
reflected this erroneous dogma. For in fact, economic development and political
stability are two independent goals and progress toward one has no necessary
connection with progress toward the other. In some instances programs of
economic development may promote political stability; in other instances they
may seriously undermine such stability. So also, some forms of political
stability may encourage economic growth; other forms may discourage it. India
as one of the poorest countries in the world in the 1950s and had only a modest
rate of economic growth. Yet through the Congress Party it achieved a high
degree of political stability. Per capita incomes in Argentina and Venezuela
were perhaps ten times that in India, and Venezuela had a phenomenal rate of
economic growth. Yet for both countries stability remained an elusive goal.
With the Alliance for
Progress in I961, social reform –that is the more equitable distribution of
material and symbolic resources –joined economic development as a conscious and
explicit goal of American policy toward modernizing countries. This development
was, in part, a reaction to the Cuban Revolution, and it reflected the
assumption among policymakers that land and tax reforms, housing projects, and
welfare programs would reduce social tensions and deactivate the fuse to
Fidelismo. Once again political stability was to be the by-product of the
achievement of another socially desirable goal. In fact, of course, the
relationship between social reform and political stability resembles that
between economic development and political stability. In some circumstances
reforms may reduce tensions and encourage peaceful rather than violent change.
In other circumstances, however, reform may well exacerbate tensions,
precipitate violence, and be a catalyst if rather than a substitute for
revolution.
A second reason for
American indifference to political development was the absence in the American
historical experience of the need to found a political order. Americans, de
Tocqueville said, were born equal and hence never had to worry about creating
equality; they enjoyed the fruits of a democratic revolution without having
suffered one. So also, America was born with a government, with political
institutions and practices imported form seventeenth-century England. Hence
Americans never had to worry about creating a government. This gap in
historical experience made them peculiarly blind to the problems of creating
effective authority in modernizing countries. When an American thinks about the
problem of government-building, he directs himself not to the creation of
authority and the accumulation of power but rather to the limitation of
authority and the accumulation of power. Asked to design a government, he comes
up with a written constitution, bill of rights, separation of powers, checks
and balances, federalism, regular elections, competitive parties –all excellent
devices for limiting government. The Lockean American is so fundamentally
anti-government that he identifies government with restrictions with
government. Confronted with the need to design a political system which will
maximize power and authority, he has no ready answer. His general formula is
that governments should be based on free and fair elections.
In many modernizing
societies this formula is irrelevant. Elections to be meaningful presuppose a
certain level of political organization. The problem is not to hold elections
but to create organizations. In many, if not most, modernizing countries
elections serve only to enhance the power of disruptive and often reactionary
social forces and to tear down the structure of public authority. “In framing a
government which is to be administered by men over men”, Madison warned in The
federalist, No. 51, “the great difficulty lies in this: you must fist enable
the government to control the governed; and in the next place oblige it to
control itself”. In many modernizing countries governments are still unable to
perform the fist function, much less the second. The primary problem is not
liberty but the creation of a legitimate public order. Men may, of course, have
order without liberty, but they cannot have liberty without order. Authority
has to exist before it can be limited, and it is authority that is in scarce
supply in those modernizing countries where government is at the mercy of
alienated intellectuals, rambunctious colonels, and rioting students.
It is precisely this
scarcity that communist and communist-type movements are often able to
overcome. History shows conclusively that communist governments are no better
than free governments in alleviating famine, improving health, expanding
national product, creating industry, and maximizing welfare. But the one thing
communist governments can do is to govern; they do provide effective authority.
Their ideology furnishes a basis of legitimacy, and their party organization
provides the institutional mechanism for mobilizing support and executing
policy. To overthrow the government in many modernizing countries is a simple
task: one battalion, two tanks, and a half-dozen colonels may suffice. But no
communist government in a modernizing country has been overthrown by a military
coup d’etat. The real challenge which the communist pose to modernizing
countries is not that they are so good at overthrowing governments (which is
easy), but that they are so good at making governments (which is a far more
difficult task). They may not provide liberty, but they do provide authority;
they do create governments that can govern. While Americans laboriously strive
to narrow the economic gap, communist offer modernizing countries a tested and
proven method of bridging the political gap. Amidst the social conflict and
violence that plague modernizing countries, they provide some assurance of
political order.
Political Institutions:
Community and political order
Social forces and political
institutions
The level of political
community a society achieves reflects the relationship between its political
institutions and the social forces which comprise it. A social force is an
ethnic, religious, territorial, economic, or status group. Modernizations involves,
in large part, the multiplication and diversification of the social forces in
society. Kingship, racial, and religious groupings are supplemented by
occupational, class, and skill groupings. A political organization or
procedure, on the other hand, is an arrangement for maintaining order,
resolving disputes, selecting authoritative leaders, and thus promoting
community among two or more social forces. A simple political community may
have a purely ethnic, religious, or occupational base and will have little need
for highly developed political institutions. It has the unity of Durkheim’s
mechanical solidarity. The more complex and heterogeneous the society, however,
the more the achievement and maintenance of political community become
dependent upon the workings of political institutions.
In practice, the
distinction between a political institution and a social force is not clear-cut
one. Many groups may combine significant characteristics of both. The
theoretical distinction between the two, however, is clear. All men who engage
in political activity may be assumed to be members of a variety of social
groupings. The level of political development of a society in large part
depends upon the extent to which these political activists also belong to and
identify with a variety of political institutions. Clearly, the power and
influence of social forces varies considerably. In a society in which all
belong to the same social force, conflicts are limited and are resolved by the
structure of the social force. No clearly distinct political institutions are
necessary. In a society may exist with little or no community, without creating
political institutions which have some existence independent of the social
forces that gave them birth. “The strongest”, in Rousseau’s oft-quoted phrase,
“is never strong enough to be always the master unless he transforms strength
into right and obedience into duty”. In a society of any complexity, the
relative power of the groups changes, but if the society is to be a community,
the power of each group is exercised through political institutions which
temper, moderate, and redirect than power so as to render the dominance of one
social force compatible with the community of many.
In the total absence of
social conflict, political institutions are unnecessary; in the total absence
of social harmony, they are impossible. Two groups which see each other only as
archenemies cannot form the basis of a community until those mutual perceptions
change. There must some compatibility of interests among the groups that
compose the society. In addition a complex society also requires some
definition in terms of general principle or ethical obligation of the bond
which holds the groups together and which distinguishes its community from
other communities. In a simple society community is found in the immediate
relation neighbor to neighbor. The obligation and the community are direct;
nothing intrudes from the outside. In a more complex society, however,
community involves the relation of individual men or groups to something apart
from themselves. The obligation is to some principle, tradition, myth, purpose,
or code of behavior that the persons and groups have in common. Combined, these
elements constitute Cicero’s definition of the commonwealth, or “the coming
together of a considerably number of men who are united by a common agreement
upon law and rights and by the desire to participate in mutual advantages”. Consensus
juris and utilitatis communion are two sides of political community.
Yet there is also a third side. For attitudes must be reflected in behavior,
and community involves not just any “coming together” but rather a regularized,
stable, and sustained coming together. The coming together must, in short, be
institutionalized. And the creation of political institutions involving and
reflecting the moral consensus and mutual interest is, consequently, the third
element necessary for the maintenance of community in a complex society. Such
institutions in turn give new meaning to the common purpose and create new
linkages between the particular interest of individual and groups.
The degree of community in
a complex society thus, in a rough sense, depends on the strength and scope of
its political institutions. The institutions are the behavioral manifestation
of the moral consensus and mutual interest. The isolated family, clan, tribe,
or village may achieve community with relatively little conscious effort. They
are, in a sense, natural communities. As societies become larger in membership,
more complicated in structure, and more diverse in activities, the achievement
or maintenance of high level of community becomes increasingly dependent upon
political institutions. Men are, however, reluctant to give up the image of
social harmony without political action. This was Rousseau’s dream. It remains
the dream of statesman and soldiers who imagine that they can induce community
in their societies without engaging in the labor of politics. It is the
eschatological goal of the Marxist who aim to re-create at the end of history a
perfect community where politics is superfluous. In fact, this atavistic notion
could only succeed if history were reversed, civilization undone, and the
levels of human organization reduced to family and hamlet. In simple societies
community can exist without politics or at least without highly differentiated
political institutions. In a complex society community is produced by political
action and maintained by political institutions.
Historically, political
institution have emerged out of the interaction among and disagreement among
social forces, and the gradual development of procedures and organizational
devices for resolving those disagreements. The breakup of a small homogeneous
ruling class, the diversification of social forces, and increased interaction
among such forces are preconditions for the emergence of political organization
and procedures and the eventual creation of political institutions. “Conscious
constitution-making appears to have entered the Mediterranean world when the
clan organization weakened and the contest of rich and poor became a
significant factor in politics”. The Athenians called upon Solon for a
constitution when their polity was threatened by dissolution because there were
“as many different parties as there were diversities in the country” and “the
disparity of fortune between the rich and the poor, at the time, also reached
its height”. More highly developed political institutions were required to
maintain Athenian political community as Athenian society became more complex.
The reforms of Solon and of Cleisthenes were responses to the social-economic
change that threatened to undermine the earlier basis of community. As social
forces became more variegated, political institutions had to become more
complex and authoritative. It is precisely this development, however, which
failed to occur in many modernizing societies in the twentieth century. Social
forces were strong, political institutions weak. Legislatures and executives,
public authorities and political parties remained fragile and disorganized. The
development of the state lagged behind the evolution of society.
Criteria of Political
Institutionalization
Political community in a
complex society thus depends upon the strength of the political organizations
and procedures in the society. That strength, in turn, depends upon the scope
of support for the organizations and procedures and their level of
institutionalization. Scope refers simply to the extent to which the political
organizations and procedures encompass activity in the society. If only a small
upper-class group belongs to political organizations and behaves in terms of a
set of procedures, the scope is limited. If on the other hand, a large segment
of the population is politically organized and follows the political
procedures, the scope is broad. Institutions are stable, valued, recurring
patterns of behavior. Organizations and procedures vary in their degree of
institutionalization. Harvard University and the newly opened suburban high
school are both organizations, but Harvard is much more of an institution than
the high school. The seniority system in Congress and President Johnson’s
select press conferences are both procedures, but seniority was much more
institutionalized than were Mr. Johnson’s method of dealing with press.
Institutionalization is the
process by which organizations and procedures acquire value and stability. The
level of institutionalization of any political system can be defined by the
adaptability, complexity, autonomy, and coherence of its organizations and
procedures. So also, the level of institutionalization of any particular
organization or procedure can be measured by its adaptability, complexity,
autonomy and coherence. If these criteria can be identified and measured,
political systems can be compared in terms of their levels of
institutionalization. And it will also be possible to measure increases and
decreases in the institutionalization of the particular organizations and
procedures within a political system.
martes, 12 de febrero de 2013
Material de lectura para el jueves 14 de febrero
Bonnin, Charles, Principios de administración pública,
México, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 171-229.
Bonnin, pp. 169-199
Bonnin, pp.
220-229
Muñoz Amato,
Pedro, Introducción a la administración
pública, México, Fondo de Cultura Económica, 1954, pp. 15-26.
Tarea: de los países elegidos en clase, investigar:
1. Organización del poder ejecutivo
a. Si hay presidente y vicepresidente
b. Ministerios o Secretarías (cuántos son y sus denominaciones)
c. Órden de la jerarquía administrativa (que cargos, al menos 4 siguen en escala descendente al Ministro o Secretario)
d. Legislación que rige a la administración pública.
viernes, 8 de febrero de 2013
Material de lectura para el lunes 11 de febrero
Bonnin, Charles, Principios de administración pública, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 169-198.
http://books.google.com.mx/books?id=s9JyCfidFWQC&printsec=frontcover&dq=principios+de+administracion+publica&hl=es#v=onepage&q=principios%20de%20administracion%20publica&f=false
(Recuerden elaborar su cuadro con los países de América Latina)
Baena del Alcázar Mariano, Curso de Ciencia de la
Administración, Madrid, Tecnos, 2000, pp. 163-170.
V. LA ADMINISTRACIÓN EN LOS PAÍSES EN DESARROLLO
1. INTRODUCCIÓN
Los modelos administrativos de que se ha dado
cuenta en este capítulo influyen en todo el mundo por diversas razones. Una de
ellas consiste en la aceptación o quizá más bien adaptación histórica de uno de
esos modelos, como sucedió en el continente europeo después de la Revolución
francesa. Otra causa de influencia consiste en el prestigio que tienen las
grandes potencias. Por último la influencia puede provenir de que se trate del
modelo administrativo de la antigua potencia colonial, implantado pura y simplemente
en los países que han accedido recientemente a su independencia. No hay que
olvidar, sin embargo, que al mismo tiempo que se da la influencia citada existe
también una peculiaridad de la situación administrativa de cada país. En
definitiva, debido al carácter contingente de las Administraciones públicas
éstas se encuentran en una relación íntima con la situación económica, social y
cultural de las distintas naciones.
La afirmación anterior resulta ilustrada de un modo
particularmente interesante por el caso de las Administraciones de los países
en vías de desarrollo. En ellos se han intentado implantar los sistemas
administrativos occidentales, intento que ha fracasado rotundamente,[1][1] ya que estos países se encuentran en situación muy
distinta de las naciones donde se había originado el modelo. La implantación de
las estructuras administrativas, resultado de una racionalidad académica y
política,[2][2] choca fuertemente con la incertidumbre social,
económica y política que existe en los nuevos países, donde ni mucho menos se
ha alcanzado un desarrollo que permita la existencia de unas organizaciones
consolidadas.
En este campo se pasa de un optimismo ingenuo a una
situación mucho más matizada. En el clima de la posguerra de la Segunda Guerra
Mundial y sobre todo en la década de los sesenta, muchas veces con ayuda de los
programas de las Naciones Unidas, se intentará crear de nueva planta en los
países llegados a la independencia Administraciones muy parecidas a las
occidentales, que se estimaban entonces las únicas racionales y posibles.
Transcurridos unos años se ha advertido que se presentan ingentes dificultades
en la práctica para que arraiguen estas Administraciones. Por ello se ha
terminado por afirmar en un plano teórico, en correlación con lo sucedido en la
práctica, que la ciencia administrativa construida para Europa occidental no es
útil para los países en vías de desarrollo.[3][3]
Vamos a ver brevemente la situación general de la
Administración en estos países con un doble propósito. En primer lugar,
proporcionar alguna información sobre dichas Administraciones, que son la mayor
parte de las existentes en el planeta en este momento. En segundo lugar, lo que
es más importante para nuestro propósito científico, con objeto de comprobar la
contingencia de las Administraciones debida a su relación con el medio
correspondiente. No puede olvidarse, sin embargo, que la exposición que se va a
realizar constituye desde luego una generalización. Por supuesto las
diferencias son inmensas de unos países a otros.
2. LAS CONDICIONES GENERALES
Como regla general puede afirmarse que en los
países en vías de desarrollo se han implantado las Administraciones
occidentales, bien por importación de los modelos correspondientes como sucede
en la América española y portuguesa, bien por herencia colonial, como es el
caso de buena parte de los países de África y del mundo árabe. En ocasiones
esta herencia colonial se ha modificado, por lo que podrían hablarse de que
existe una situación renovada. Las diferencias entre los países son muy grandes
como antes se ha dicho porque cuando se trata de Estados de independencia
reciente la Administración está heredada de la época colonial. Con frecuencia
esto produce una reacción de rechazo al no adaptarse la organización
administrativa a la situación cultural del país. Pero ello no sucede en todos
los casos y cuando ocurre se plantea de modo peculiarmente distinto para cada
nación o grupo de naciones.
No obstante, pueden destacarse algunos factores
comunes a la situación de todos estos países. El primero de ellos consiste en
la desigualdad del desarrollo económico de los nuevos Estados en comparación
con las antiguas potencias coloniales. En los países de que se viene hablando
suele existir una gran pobreza, pues sus recursos naturales o están poco
explotados o se encuentran en manos extranjeras, especialmente si se trata de
las riquezas mineras, industriales y energéticas. No debe olvidarse como se
hace con frecuencia que éste no es el único factor a tener en cuenta.
En muchas ocasiones existe además un completo
subdesarrollo de la agricultura. El suelo apenas se explota o la explotación se
hace de forma completamente primitiva. En ocasiones todo ello da lugar a que el
dinero apenas desempeñe una función de unidad de cuenta y no sea verdaderamente
la manifestación o el signo de la riqueza nacional. A veces estos países están
organizados en grupos que tienen una moneda cuya relación se da con carácter
fijo respecto a la divisa de la antigua metrópoli.
Es claro que en estas condiciones nos encontramos
con que no existen en dichos países burguesías o clases medias que entren en
relación con las Administraciones públicas creando una compenetración entre el
Estado y la sociedad. Las burguesías o clases medias son en muchos de estos
países débiles o artificiales. Es bastaste normal que quienes se encuentren en
una situación remotamente análoga a los miembros de las clases medias en los
países de occidente sean precisamente los funcionarios por el hecho de serlo, y
casi únicamente ellos y algunos reducidos grupos de pequeños comerciantes. Es
decir, no existe una burguesía económicamente apta fuera de la propia función
pública.
Todo ello lleva en definitiva a un escaso
desarrollo del Estado, que no dispone de las estructuras adecuadas para que las
organizaciones funcionen ni siquiera medianamente bien. La hacienda no está
suficientemente organizada y el aparato administrativo para la recaudación de
los impuestos presenta innumerables deficiencias.
Las estructuras administrativas encargadas de
gestionar el comercio exterior y las relaciones económicas son débiles e
inexistentes. Se presentan dificultades incluso en materia de sanidad y
educación, por citar los dos campos de actividad que se cuidan más
especialmente por los nuevos Estados. Es frecuente que exista una completa
movilidad de los funcionarios, siguiendo el vaivén de las revoluciones y las
incidencias políticas. No es raro que para disponer de los recursos humanos
indispensables con la preparación adecuada sea preciso recurrir a la ayuda de las
organizaciones internacionales o de la antigua metrópoli.
En definitiva el Estado que existe en esos países
es un Estado en formación y con él su Administración pública. Dicho de otro
modo, lo que allí se llama Estado y Administración no coincide con lo que se
entiende por tales términos en los países de occidente. Nuestras estructuras
occidentales son el resultado de un lento proceso de desarrollo político y
económico, que no se ha dado en modo alguno en los países de que se habla.
Por lo demás esta falta de desarrollo económico y
social, necesario como requisito indispensable para que exista una
Administración moderna, va acompañada por un choque cultural[4][4] de la Administración que se intenta implantar con
la cultura de cada uno de estos países.
Desde luego todos los casos no son ni mucho menos
iguales. Así puede tratarse de naciones con una cultura propia relativamente
desarrollada, como sucede en los países musulmanes. Según el sistema que se
aplica en el Islam el Gobierno es una institución divina ya que el poder
proviene de Dios, mientras que la Administración es una institución humana que
puede ser organizada de modo diverso por quienes tienen el poder. La tradición
consiste en este punto en que hay una unidad de poder centrada en el
gobernante, pero al mismo tiempo se produce una amplia delegación en las
autoridades subordinadas, sobre todo en las territoriales, aunque dichas
autoridades dependan jerárquicamente del poder central. Por otra parte puede
afirmarse, aunque la afirmación debe hacerse en el contexto peculiar de que se
habla, que la Administración musulmana está sometida a derecho. Los gobernantes
y administradores están sujetos a la ley coránica y tienen en consecuencia una
responsabilidad. Puede decirse, por tanto, que en los países musulmanes hay una
tradición administrativa propia que se refiere al funcionamiento de los cuadros
de poder clásicos. Éstos pueden continuar existiendo según el modo tradicional,
aunque con adaptaciones. En cambio apenas existe una tradición administrativa fuerte
en los nuevos sectores en los que debe intervenir la Administración, como son
los correspondientes a las actividades económicas, sociales y culturales.
La situación es muy distinta en cambio en los
países que tienen una cultura tradicional poco desarrollada, como sucede en el
África sudsahariana.[5][5] En este caso la Administración se presenta ante
los ojos de los naturales del país ante todo como un fenómeno que tiene su
asiento y su origen en las ciudades, las cuales tienen a su vez origen en las
Administraciones coloniales. La cultura tradicional es la propia de la aldea.
En ella es extraordinariamente frecuente la ignorancia de la lengua de la
antigua potencia colonial al usarse idiomas tradicionales que a veces carecen
de escritura, por lo que apenas tienen valor las normas racionales escritas. El
significado cultural se asigna por el contrario a la tradición oral transmitida
por los ancianos y a la pertenencia a un colectivo que puede ser una raza, una
tribu o una familia, pero que en ocasiones se basa en vínculos de hermandad
entre grupos de personas según ritos o costumbres tradicionales.
El administrador moderno enviado a un centro rural
desde la ciudad y provisto de su bagaje de normas e instrucciones escritas se
instala en un mundo completamente ajeno a todas ellas y empieza por ser
rechazado por la población, ya que no pertenece a ninguno de los grupos
tradicionales. Ello sucede en el mejor de los casos, pues también es posible
que se le considere como un traidor al modo de vida tradicional, como un
tránsfuga desde la sociedad que venía existiendo en el país a los nuevos modos
de vida occidentales.
Hay que tener en cuenta el extraordinario valor que
se sigue otorgando en todos estos países a lo religioso y lo sagrado, situación
que se da desde luego en el Islam pero que existe también en las demás
naciones. Las convicciones y ritos religiosos son algo que a veces parece
desprestigiado, pero que conserva bastante fuerza y que se opone a la
racionalidad. En algunos estudios sobre el tema se ha citado el caso de
poblaciones que antes de hacer modernas obras de regadío insistían en celebrar
la ceremonia mágica tradicional de llamada de la lluvia. Este respeto a lo
religioso y lo sagrado es quizás mayor ahora en las últimas décadas ante la
frustración sobrevenida en estos países, ya que la independencia y la adopción
de los esquemas occidentales no siempre han resuelto ni mucho menos las
situaciones y los problemas que se daban en la sociedad tradicional.
LA SITUACIÓN EN LA PRÁCTICA
En estas condiciones la Administración pública de
los países de que se habla se debe contar con una dualidad social que se da en
los ámbitos antes citados (el Islam, Africa subsahariana) y también en América
latina.[6][6] Existe un grupo social que sigue las pautas y los
modos de vida occidentales. La Administración, creada por y para este grupo, a
veces se dedica sólo a él abandonando relativamente el resto de la sociedad.
Junto a dicho grupo pervive otro que continúa su tipo de vida tradicional. En
ocasiones este problema proviene de la herencia colonial, sobre todo en el caso
de África. Se ha convertido en un tópico distinguir respecto a los países
africanos entre el sistema de Administración directa y el de Administración
indirecta, distinción que 'ene en este caso un significado bien peculiar. La
Administración directa, practicada a veces por las antiguas potencias
coloniales, consistía en implantar unas estructuras administrativas formadas de
nueva planta e integradas por agentes públicos en su mayoría nacionales de la
potencia ocupante. No se llevaba a cabo ningún pacto con los poderes de hecho
que se daban en estas sociedades de cultura tradicional. Esto daba quizás una
mayor agilidad a la Administración, pero llevaba consigo el coste de un
aislamiento completo respecto a la sociedad. En la Administración indirecta en
cambio la organización creada de nuevo utilizaba las estructuras tradicionales,
pactando con los jefes de este tipo, sobre todo con los poderes locales. Así se
obtenía la lealtad de las personas y los grupos sociales, que seguían a sus
jefes de siempre, los cuales tenían un prestigio carismático y además se
preocupaban de la subsistencia de los grupos, aunque fuera, por ejemplo, al
nivel de una economía de caza de recolección. Es claro que esta Administración
indirecta tenía algunas ventajas respecto a la directa, pero en cambio
presentaba el inconveniente de que paralizaba por completo el desarrollo
económico y social. Las organizaciones modernas centrales se desentendían
plenamente de la vida de buena parte de la población y se daban por satisfechas
de que ésta conservase sus viejos hábitos sin progreso alguno.
Este esquema colonial ha sido heredado y en muchas
ocasiones aceptado por los nuevos Estados independientes. Los políticos de la
capital y los funcionarios a sus órdenes pactan frecuentemente con los jefes
locales tradicionales. En ocasiones esto viene impuesto por las dificultades de
comunicación, ya que no puede olvidarse que éstas son muy grandes por la
inmensa extensión de algunos países, los obstáculos naturales, y en la mayor
parte de los casos la falta de una red viaria capaz de enlazar debidamente las
poblaciones. En estos casos los jefes locales tradicionales aumentan su poder,
pues su fundamento carismático recibe además el respaldo oficial. Pero el
resultado suele ser que los jefes son los primeros interesados en que no se
produzca ningún desarrollo, pues si existiese correrían el peligro de perder su
poder. No es raro, sin embargo, que familiarmente se encuentren con una fuerte
contradicción. A, veces sus hijos, gracias a las nuevas posibilidades de
educación, tienen facilidades para ingresar en las elites que viven al modo
occidental de las que no disponen las demás personas, pero que les llevan a
romper con el modo de vida tradicional.[7][7]
El Estado y su Administración actúan en esta
situación que acaba de describirse y tienen que afrontar fuertes
contradicciones. Con frecuencia un partido único o un movimiento nacionalista
por razones políticas debe estimular al conjunto de la población. Es necesario
fundarse entonces en valores tradicionales que a veces contradicen la
racionalidad administrativa. Por otra parte, para impulsar el desarrollo de la
sociedad, crear organizaciones modernas y mejorar el nivel de vida es
imprescindible muchas veces una centralización administrativa que contradice el
fraccionamiento en razas, tribus, o regiones y que frustra o falsea el poder de
los jefes tradicionales. No es menos frecuente que el Estado y la
Administración deban actuar como árbitros de continuos conflictos sociales
entre unos grupos y otros, teniendo en cuenta a la vez la oposición entre el
grupo desarrollado en el sentido occidental y el que mantiene sus hábitos de
vida, así como el enfrentamiento de intereses que pueden existir en el seno de
aquel grupo desarrollado. Se trata de una situación relativamente normal en
América latina, salvo en los países más avanzados, pero que existe por todas
partes. El Estado debe tener en cuenta a sindicatos de trabajadores creados al
modo occidental que se enfrentan con los intereses de los empresarios
nacionales o extranjeros, pero al mismo tiempo no debe olvidar que a pocos
kilómetros de la capital existe otro modo de vida completamente distinto y que
quienes mantienen ese modo de vida están imbuidos de una mentalidad diferente y
sus intereses se plantean en planos completamente diversos.
Hay una tentación frecuente. Se trata del recurso a
las dictaduras, que movilizan la riqueza y el espíritu nacionales y que para
disponer de un aparato ágil frecuentemente comienzan por reformar la
Administración. Pero estas dictaduras suelen ser implacables con la oposición
política, condenada al exterminio, e ignoran normalmente los derechos humanos.
Cuando cae la dictadura se desprestigia toda la labor realizada y con ella la
reforma de la Administración, incluso si ésta se encontraba plenamente
justificada.
La consecuencia de todo ello es que sin perjuicio
de que ciertamente las Administraciones públicas sigan los modelos occidentales
de corte inglés o francés, la organización administrativa es siempre una
estructura formal que no coincide con el funcionamiento de la sociedad. La
constatación de este hecho ha dado lugar a que surja una rama de nuestro campo
científico que se dedica a la Administración comparada.[8][8] Al llevar a cabo dicho estudio se comprueba que en
los países en vías de desarrollo se dan desde luego los mismos datos formales
que en las naciones de occidente. Existe allí en cada país un parlamento, un
ejecutivo y unos tribunales. En la Administración pública hay funcionarios
profesionales, teóricamente sometidos a la ley, aunque a veces se deja en
suspenso esta profesionalidad de los funcionarios, especialmente en América
latina y se vuelve a un sistema de nombramiento político.
Pero la situación normal responde en líneas
generales a lo siguiente.[9][9] El cumplimiento de la ley tiene un carácter
completamente errático. El funcionario la maneja como instrumento de su poder y
puede esgrimirla frente a las pretensiones de quien solicita un documento, una
autorización o un servicio. Pero también puede tranquilamente dejar de aplicar
dicha ley sin que suceda nada en la práctica. En la realidad cotidiana no
existe una igualdad de todos ante el derecho y ante la Administración pública.
Las relaciones se basan en la pertenencia a los grupos, las razas y las hermandades,
y estas relaciones personales son auténticamente básicas. Pueden funcionar para
hacer posible que se cumpla la ley si ello conviene a los intereses del grupo,
pero también pueden utilizarse para burlar la ley si ello resulta más favorable
en un momento concreto. Sólo nuestros prejuicios occidentales pueden inducirnos
a ver este fenómeno con escándalo. Todo ello es muy normal de acuerdo con las
culturas tradicionales, pero como se trata del choque o impacto de estas
culturas con unos modelos occidentales artificiales e importados, en la
práctica es frecuente que exista lo que se llamaría en Europa o en los Estados
Unidos de América la corrupción y el nepotismo. No hay una diferencia clara
entre lo privado y lo público o al menos no siempre la tienen clara los
dirigentes políticos, que con frecuencia disponen de los recursos del país como
si se tratase de su propiedad privada, lo que repercute en fuertes dificultades
de la Administración de la hacienda y del patrimonio. Por último debe
destacarse que los fines políticos generales priman siempre sobre la
racionalidad concreta de las medidas administrativas, y que estos fines
políticos no pueden prescindir en muchos casos del trasfondo cultural de la
sociedad en cuestión.
Nada de lo que se ha dicho hasta ahora debe
interpretarse como una crítica fácil realizada desde una perspectiva
occidental. Al respecto es inmensa la responsabilidad de las antiguas potencias
coloniales, apenas preocupadas por el desarrollo económico del país (y sí sólo
por la más rápida y fructífera extracción de las riquezas) y que han creado
unas condiciones de vida que destruyeron o empobrecieron las antiguas culturas
sin desarrollar verdaderamente otras nuevas. Debe destacarse el gran esfuerzo
que están haciendo estos países jóvenes y poco desarrollados en materia de
sanidad y de educación, en unas condiciones muchas veces de extrema precariedad
por faltarles los técnicos indispensables. Por cierto que el mismo carácter
fructífero de este esfuerzo crea nuevos problemas y nuevas contradicciones. La
mejora de la sanidad está provocando un aumento de la población sin que aumente
al ritmo paralelo la riqueza. Las posibilidades de educación ofrecidas dan
lugar a que haya más personas cada vez con una formación que no siempre se
corresponde con las oportunidades profesionales que ofrece la sociedad.
Frente al conjunto de dilemas y problemas que se
derivan de la situación administrativa descrita se empiezan a apuntar posibles
soluciones, que en todo caso no han sido verdaderamente puestas en práctica,
pero que deben mencionarse al menos como puntos de vista teóricos. Una consiste
en mantener los sistemas administrativos importados de occidente pero
introduciendo en ellos muy importantes reajustes. Otra solución sugerida es la
del llamado desarrollo endógeno, es decir, la creación, de organizaciones
administrativas que sean acordes con la cultura y el modo de vida propios de
estos países51. No es posible pronunciarse sobre la viabilidad de dichas
propuestas, pero en todo caso tienen un significado claro. Se ha fracasado en
el intento de implantar en países de economía y cultura distintas las
Administraciones propias del occidente europeo. Ello demuestra la contingencia
de las Administraciones públicas y la íntima relación de éstas con las condiciones
de cada sociedad.
Véase
Bjur-Zamorrodian, “Théories indigenes de I'administration: une approche
internationale”, Revuee lnternationale des Sciences Administratives, n.° 4,
1986, pp. 489 ss.
[1][1] Salvo en el caso
del Japón, siempre excepcional, y que además no puede considerarse un país en
vías de desarrollo. Véase la obra Public
Administration in Japan, editada con motivo de la Mesa Redonda del
Instituto Internacional de Ciencias Administrativas celebrada en Tokio en 1982,
y los artículos sobre la Administración japonesa aparecidos en el volumen 2 de
1982 de la Revista Internacional de Ciencias Administrativas.
[2][2] Téngase en cuenta,
sin embargo, que, además de esta función de racionalidad, la Administración
cumple o puede cumplir en estos países otra de mito o mistificación. Es decir,
sin perjuicio del rechazo que provoca en la población con pautas culturales
distintas como se dice más abajo, los funcionarios tienen un prestigio mítico
como estructura oficial, aplicándose a dicha estructura en la conciencia de las
gentes el esquema (deformado) de los mitos tradicionales. Ello da lugar a otra
dualidad más de las que padecen estas Administraciones, como se destaca en las
páginas siguientes. Véase Illy, Mito y
realidad de la Administración pública en África, Educación, vol. 35,
Instituto Alemán de Colaboración Científica, Tubinga, 1986, pp. 31 ss.
[3][3] Véase Timsit, Le nouvel ordre économique international et r Administration publique,
Instituto Internacional de Ciencias Administrativas, Bruselas, 1983, p. 221.
Del mismo autor «Administration publique des pays en developpment et
environnement socio-culturel», Revue Frantcaise d' Administration Publique, n.°
7, julio-septiembre 1978,pp. 21 ss.
[4][4] Un interesante tratamiento del tema de las
relaciones entre Administración y cultura en Nigro,
Administración Pública moderna, trad. Esp., INAP, Madeid, 1981. pp. 82 ss.
Administración Pública moderna, trad. Esp., INAP, Madeid, 1981. pp. 82 ss.
[5][5] Sobre el África
sudsahariana, véase como obra más importante la ya clásica de Adu, The Civil Service in the new African States,
Londres, 1965, y las publicaciones de que dan cuenta los Cahiers africains d'
Administration Publique, editados por el Centro Africano de Administración
para el Desarrollo (CAFRAD), con sede en Tánger. En la bibliografía
relativamente reciente Adamolekun, Politics
and Administration in Nigeria, Londres, 1986.
[6][6] Sobre América
latina, véase por todos Kliksberg, Administración,
subdesarrollo y estrangulamiento tecnológico (Introducción al caso
latinoamericano), 2,a ed., Paidós, Buenos Aires, 1973.
[7][7] Sobre relaciones
entre educación y posibilidades de acceso a la función pública, Bola N'Totele
Bopendia, La burocracia zaireña,
Autorregulación y reclutamiento, Tesis doctoral inédita.
[8][8] El planteamiento es relativamente precoz en
la doctrina americana. Véase Toward the comparative study of Public
Administration, Indiana University Press, 1957.
Después se ha desarrollado una importante bibliografía para la que remito a McCurdy, Una bibliografía sobre Administración pública, trad. esp., INAP, Madrid, 1980. pp. 198 ss., y a los numerosos estudios aparecidos en la Public Administration Review (Washington). Con frecuencia esta bibliografía no se refiere tanto a los problemas administrativos de los países en vías de desarrollo cuanto a los planteados con motivo de la asistencia en materia de Administración pública. Particular importancia tienen dentro de esta corriente científica las obras de Riggs que se citan inmediatamente más abajo.
Después se ha desarrollado una importante bibliografía para la que remito a McCurdy, Una bibliografía sobre Administración pública, trad. esp., INAP, Madrid, 1980. pp. 198 ss., y a los numerosos estudios aparecidos en la Public Administration Review (Washington). Con frecuencia esta bibliografía no se refiere tanto a los problemas administrativos de los países en vías de desarrollo cuanto a los planteados con motivo de la asistencia en materia de Administración pública. Particular importancia tienen dentro de esta corriente científica las obras de Riggs que se citan inmediatamente más abajo.
[9][9] Se ha intentado
formalizar el estudio de esta situación por Riggs. The Ecology of Public Administration, Asia Publishing House, Nueva York, 1961, y sobre
todo Administration in developping
countries. The theory of
prismatic society,
Boston, 1965, donde se formaliza el llamado modelo «sala». Desde luego debe
mantenerse el valor relativo de estas teorías que, más que explicar la
situación de las Administraciones de los países en desarrollo, parecen
demostrar que sus autores no han comprendido que los esquemas administrativos
occidentales no pueden transponerse sin más a culturas distintas, precisamente
por la contingencia de la Administración que viene manteniéndose en esta obra.
Sobre el movimiento de Administración comparada, véanse los ensayos publicados
en el número 6 de la Public
Adminisfrafion Review (Washington), dedicado monográficamente al tema.
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